En ese momento no
pensé en nada, ni en salvar la vida. En ese instante observas, observas. Sólo
empiezas a considerar los riesgos sufridos mucho tiempo después", relata
Rául Álvarez Garín, al describir su fotografía mental de la matanza de
Tlatelolco, hace 45 años.
Es el recuerdo de su
incredulidad al ver que soldados y paramilitares mexicanos estaban disparando
contra miles de estudiantes que, como él, se manifestaban el 2 de octubre de
1968 en la plaza de las Tres Culturas (Tlatelolco) en Ciudad de México.
Inspirado en las
revueltas izquierdistas que ese año agitaron al mundo, el movimiento
estudiantil mexicano se movilizaba contra la represión del Estado, que estaba
concentrado en ofrecer al mundo una fachada de paz social ante el inicio de los
Juegos Olímpicos 10 días después.
No era la primera
vez que los jóvenes fueron atacados, pero sus temores no alcanzaban para
sospechar la matanza que se avecinaba aquella tarde, por la cual 45 años
después ningún responsable ha penado un día de cárcel.
"Estábamos
prevenidos de persecuciones, detenciones y eventualmente alguna acción de
violencia con resultados fatales. Pero no una acción militar de esa
magnitud", admitió en una entrevista con la AFP Garín, entonces un
dirigente del Consejo Nacional de Huelga que encabezaba el movimiento
estudiantil.
Se desconoce el
número de muertos pero los cálculos oscilan entre los 44 de la versión oficial
y al menos 300, según investigaciones independientes.
"Una estimación
con bases firmes te indica que en las primeras dos horas y media de la matanza
se dispararon 70.000 cartuchos percutidos. Es una cantidad brutalmente excedida",
recriminó Garín, quien fue detenido aquella tarde.
Se calcula que había
unos 8.000 hombres y mujeres jóvenes y niños en la plaza aunque los militares
siempre defendieron que únicamente se arremetió contra una treintena de
guerrilleros camuflados.
Rodolfo Echeverría
era aquellos años un militante del Partido Comunista y estuvo en la plaza
aquella tarde, pero una oportuna cita le obligó a marcharse y dejar a su mujer
en la manifestación, que se preveía tranquila.
"Yo me enteré
de todo a la la noche por la televisión. Mi mujer llegó y me contó que ella y
una hermana lograron huir de la explanada y esconderse en un departamento de un
edificio cercano. Una mujer les abrió. Dentro ya había más gente", rememora
Echeverría, de 72 años, en una entrevista con la AFP realizada en la misma
plaza de las Tres Culturas.
Echeverría, quien
hoy es funcionario de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos
Indígenas, asegura que antes de la masacre, el Estado había tolerado la febril
actividad política de una juventud ávida de libertades.
Meses antes,
"la Ciudad de México vivió la democracia más amplia porque andaban los
jóvenes en los barrios, en las oficinas, en las fábricas, en las calles
distribuyendo e informando todo lo que era el movimiento" estudiantil,
explica.
Echeverría fue
detenido tres meses después y, como Garín, fue conducido en un primer momento a
un centro militar.
"Los
interrogatorios se desarrollaron en todos los casos bajo una presión física y
psicológica directa. Todos los interrogatorios pueden ser calificados de
tortura", denunció Garín.
Ningún militar pagó
por ello y los maltratos se convirtieron en un tema tabú, incluso por la propia
voluntad de los supervivientes.
"Al ser
cuestionados, la mayoría de los detenidos negó haber sido torturados. Nuestro
machismo nos obligaba a hacernos los duros, a decir que lo aguantamos, a no
admitir ante los demás que tuvimos miedo", desarrolló.
Cuatro décadas
después el dolor persiste entre supervivientes y allegados, hoy transformado en
impotencia y preocupación porque la memoria de la matanza no se pierda.
Como creen que la
impunidad goza de buena salud en México, los activistas opinan que el camino
hacia la justicia está más allá de sus fronteras.
"Este 40
aniversario no es el momento de dar un carpetazo (cerrar) al asunto. Es el
preámbulo de los juicios internacionales. Lo que aquí dicen que no es prueba,
afuera no tienen duda de que lo es", definió Garín.
En cambio, Rodolfo
Echeverría discrepa. "El problema no es encarcelar o no a Luis Echeverría
(entonces ministro del Interior y luego presidente, acusado de genocidio). Él
se va a morir señalado como un represor 'cabrón' criminal. Lo importante es que
se sepa lo que hizo la policía y el ejército contra la sociedad. No pueden
meter la cabeza en un hoyo pretendiendo que aquello no sucedió".
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